UNA CASA SIN SOMBRA

 

        

          Aquel vetusto edificio, me marcó para siempre; me conmocionó de tal manera,  que solo he vivido para recordar mi breve pero tensa estancia en aquellas paredes.

Aunque fue una experiencia fantasmal y monstruosa, aun recuerdo y nunca olvidaré,  aquel momento. Mi vida cambió para siempre, para bien o para mal, lo importante, es que durante años, años después de mí aventura en aquel valle, mi alma se eleva todas las noches de frío, hasta alcanzar las estrellas más solitarias de la cúpula celeste.

    Era invierno, uno de los más fríos que mis huesos recuerden, una noche  flemática. . . de nieve.

    Deambulé por los valles, según algunas personas. . . encantados. Durante semanas quise huir de mi pobre alma, apartarme, asociarme con la soledad; mi triste alma la abandoné en aquel lugar: LA CASA SIN SOMBRA.

   El edificio era enorme, con las paredes de piedras, ya pulidas por el agua caída durante años. Intuí que era construcción del siglo XVIII por su estructura gótica. Las ventanas del piso de arriba estaban abiertas, de ellas, revoloteaban unas cortinas saludando a la noche.  Una de las ventanas, diría yo, la más amplia, desprendía una luz vaporosa, en ella pude ver una silueta. Decidí llamar a la puerta, deseaba un poco de descanso, seguro de que sus habitantes me acogerían, en esa noche de frío.

    La puerta se abrió,  no vi a nadie de tras de la enorme puerta, que una vez atravesada sé cerro lentamente. Creí que la casa me recibiría con calor, el frío allí dentro era mayor que el del exterior. El interior me impresionó, sobre todo la enorme escalera, que frente a mí, abrumaba con su hermosura al enorme salón donde me hallaba. Cinco cuadros, colgados en la pared de piedra, llamaron mi atención, a mí derecha advertí una mesa en la cual reposaban unos candelabros de plata encendidos, su luz me ayudó a contemplar los retratos, y leer sus descripciones:

 

-         BRAM STOKER (1847-1912)

 

-         GUY DE MAUPASSANT (1850-1893)

 

-         EDGAR ALLAN POE (1809-1849)

 

-         AMBROSE BIERCE (1838-1914)

    El quinto cuadro no tenía retrato ni ninguna descripción. Segundos después tras meditar el extraño cuadro, decidí subir por las escaleras, en el primer escalón quedé sosegado. . .  Allí la vi por primera vez. . . Allí cambio mi vida. . . Allí se encendió mi corazón. . . Allí estaba en lo alto de la escalera, con su vestido de vuelo blanco al ras del suelo, su cabello negro como la noche, descansándole sobre sus caderas refinadas, su rostro, como la nieve que abandoné en el valle, y sus ojos claros, iluminaba toda la estancia, deslumbrándome por momento. La belleza de su rostro me cautivó, sentí como mi corazón destrozaba mi pecho, y mi alma, lloraba por unos besos. Ante mis ojos, posaba el ser más maravilloso que jamás pude imaginar.  Me enamoré, si, a primera vista, ese amor que tan solo el alma y el corazón pueden reconocer.

    Subí un peldaño, de nuevo quede inmóvil, sin pensamientos, sin aliento, sumergido en un sueño recóndito. Allí continuaba, en lo alto de la escalera, me observaba. Decidí, avanzar pausadamente, me encontré en el tercer escalón, ella me invitó a subir, sus hermosos brazos me encaminaron a su luminosidad. Continué mi marcha, peldaño a peldaño, su vestido revoloteaba a su alrededor,  mi boca, desprendía un vapor helado, seguía haciendo frío, esta vez más intensamente, mis dedos quedaron rígidos y mi garganta muda, no sé si por el frío o por mi nerviosismo.

    Me encontraba en mitad de la ancha y larga escalera, al avanzar de nuevo, me detuve bruscamente, al ver, como mi princesa sé daba la vuelta y se marchaba lentamente, desapareció tras una puerta. Decidí continuar, esta vez mis pasos eran enérgicos, casi eché a correr, no quería perderla. Mi corazón no aguantaría, el no poder ver su cabello negro, sus ojos claros, su hermosa cara, su vestido blanco como mi rostro en esos momentos.

    Alcancé la puerta, por la que ella desapareció, traspasé sin demora la puerta chirriante, al principio no pude ver nada, el cuarto estaba completamente oscuro, al final, desde un rincón, se ilumino toda la habitación, como si encendieran una luz, esa luz, la proyectaba la mujer de blanco, mi princesa, mi amada. . .  Me sonrió, y cuando me alcanzó, me agarró las manos y me beso en la mejilla, su cuerpo estaba helado, casi congelado (el mío aun más) no me explicaba que hacía allí, en aquel lugar esa mujer.

¿Acaso vivía en la casa? ¿Sola? Lo cierto es que le hablé:

               - Perdone mi atrevimiento al adentrarme en vuestro hogar señorita, el tiempo empeora y buscaba refugio, la noche. . .

    Sin más palabras, se desvaneció en mis brazos, desapareció, quede atónito.     No la vi, la perdí, mi corazón se rasgó, sentí como mi alma  sucumbía de pena, no estaba, mi princesa me había abandonado.

    Unas imágenes espectrales, aparecieron frente a mí, me rodearon, se reían burlonamente, se movían rápidamente hasta quedar totalmente mareado por sus movimientos. ¡Gritaban! ¡Reían! Se burlaban de mí. . .

    Recuerdo que poco después caí al suelo.

    Desperté mareado, un campesino, veló por mi salud. Me comentó que me halló desmayado en el bosque, cerca de su hogar.

    Al reponerme, le expliqué la vivencia que tuve, le hablé sobre una casa en el valle, y le pregunté sobre la mujer de blanco:

         -¿De qué muchacha me hablas joven? Por estos alrededores no conozco ninguna mujer con esa descripción, y menos aún  la casa, mi hogar es la única vivienda por estos alrededores.

     No pregunté más sobre el tema, pensé que me tomaría por loco. ¿Lo estaba? ¿Lo sigo estando? ¿Fue mi imaginación? ¿Fue realidad?

    Después de tantos años transcurrieran, y cuando gozo de mi descanso en mi hogar, cuando me sumerjo en sueños, todas las noches de frío, me visita mi princesa, con su vestido blanco, sueño tras sueño, hay esta ella sonriéndome, acariciando mis manos temblorosas.

    Recuerdo que una noche, la luna de mi descanso, no invadió mi sueño, tengo miedo a perderla, si así fuera, me quedo con su imagen, y sobre todo, con el vestido blanco que amaneció en la cabecera de mi cama.

      En un día soleado, viajé al valle, necesitaba paz, tranquilidad. A lo lejos, algo me deslumbró a consecuencia del reflejo del sol, me acerqué, delante de mí, pude ver un cuadro, con un retrato de mi princesa, y una descripción que decía:

 

    - MARY SHELLEY (1797-1851)                                   

   

                                                                                  

                                                                                   

 

                                                                          Victor M. Morillo

 

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